Hacia un nuevo paradigma

A la secularización y pérdida de vigencia del factor religioso, con la consiguiente crisis de las prácticas y de las instituciones religiosas -la desregularización institucional del creer, de la que hablan los sociólogos-, quiebra de la tradición y falta de memoria cristiana, se puede responder con una posición defensiva y amurallada o con una rendición en toda regla. O haciendo simplemente lo que hasta ahora, tal vez con un mayor proselitismo. O trasfiriendo la antigua y renovada religiosidad al culto del hombre (ciertos humanismos, ciertos ecologismos). O traduciendo la antigua religiosidad en términos menos / o no sacralizantes y más actuales, sobre el único fundamento de Jesús el Cristo, crucificado y resucitado. Lo cierto es que una nueva y profunda exégesis, que dura ya más de un siglo, ha redescubierto la figura de Jesús de Nazaret y de la primera Iglesia y ha puesto patas arriba buena parte de la teología tradicional, en cuanto traducción histórica de aquel fundamento eclesial. El Concilio Vaticano II y sus grandes teólogos ya anunciaron los grandes cambios que iba a traer consigo esa nueva traducción en áreas o categorías como los signos de los tiempos, ecumenismo, relaciones de fe y moral, relaciones de fe y ciencia, dignidad del hombre, papel de la mujer, dictadura del dinero, opción preferencial por los pobres, escándalo del llamado tercer mundo, defensa de la creación… Todo lo cual nos descubre, de modo original y con lenguaje de nuestro tiempo, al nuevo Jesús de Nazaret, es decir, a un Jesús  real y presente en nuestro mundo como meta-paradigma:Buena Noticia de Dios, portador del Reino, que comienza ya entre nosotros. Reino, donde los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios… y se predica esa Buena Noticia a los pobres (los anawim), las víctimas, los excluidos, los últimos de este mundo.