No sé exactamente qué clase de relación se ha querido encontrar entre la celebración de las bodas de oro de los Encuentros de Pamplona con el Arte, en 1972 (Encuentros 72-22) y la reflexión sobre la Europa actual. Y tampoco el sentido que se le ha querido dar a títulos de las conferencias, como La deriva de Europa, ¿Europa todavía? o Europa o la indefinición que, en principio, no suenan muy positivos. Ni sé que tiene que ver con el Arte o con tal celebración la intervención de la escritora peruana, residente en España hace veinte años, Gabriela Wiener, que ha venido a decirnos y a enseñarnos, con el ardor de un Chaves, un Maduro o un Evo Morales, que aquí todos somos machistas, racistas y hasta fascistas, y a reprobarnos la manera de celebrar nuestro 12 de octubre, con estas fiestas, estos desfiles, estos reyes…
Europa o la indefinición era el título con el que tenía que lidiar el filósofo, ensayista y novelista francés Pascual Bruckner, en diálogo con el comisario de los Encuentros, el ensayista navarro Ramón Andrés. Para empezar, Bruckner piensa que a Europa le falta más que la indefinición el orgullo de sí misma: parece que siempre se disculpa por existir, cuando realmente es un oasis de civilización en un océano de salvajismo y arbitrariedad. Pocos días después, decía algo parecido el comisario español Borrell y se armaba en el mundo la de San Quintín.
Una y otra vez el escritor francés exalta los valores civilizatorios de Europa en el ámbito plural de sus 27 identidades nacionales, con un instintivo sentimiento de solidaridad a la hora de las desgracias comunes, como el caso de la invasión de Ucrania. Uno de los pensamientos que más me gustó fue que, al revés que otros sujetos históricos, ha sido capaz de hacer autocrítica de sus errores y de sus delitos a través de la historia. A día de hoy no solo le preocupa la extrema derecha, en manos de Putin, sino también la extrema izquierda, cercana a Moscú y fascinada por los regíemes autoritarios, como es el el caso de su compatriota Mélenchon con su France inosumise, que ha absorbido a toda la izquierda francesa, también a la izquierda socialdemócrata y republicana, que no supo resolver antes los problemas que plantea la situación actual. En Francia, según Bruckner, la izquierda perdió a la clase obrera que se pasó al Frente Nacional de Le Pen. Estaríamos pagando muy caro las ilusisones que siguieron a la caída del Muro, las del fin de las fronteras y de la idea nacional.
Si no el principal, si uno de los principales problemas que tiene Europa le parece al filósofo el de la inmigración, y no solo desde un punto de vista moral, sino también político. Distingue bien entre el asilo y la migración económica. Él prefiere, siguiendo el ejemplo de Canadá, la inmigración por cuotas de talento, y, ya que no podemos acoger a toda la mseria del mundo, debemos acoger a aquellos que nos sean útiles y a los que podamos ofrecer un trabajo y unas condiciones de vida decentes, siempre que acepten las leyes de la Reoública.