El Reino de Dios en el Antiguo Testamento (I)

 

Dice David de Salomón que fue elegido
para ocupar el trono del reino de Yahvé.
Reinado, realeza, poder soberano
son equivalentes en el viejo Testamento.
Verbos dinámicos más que nombres abstractos
recorren salmos, himnos y oraciones:
Yahvé es rey, Yahvé gobierna como rey,
Yahvé reina sobre su pueblo amado,
Su poder soberano gobierna el universo…

Metáfora poética, Yahvé se hizo rey de Israel
luchando por su pueblo cual guerrero divino,
frente al poder tiránico de Egipto,
sellando con él la alianza en el monte Sinaí.
Andando el tiempo,
por Natán, el profeta,
prometió Yahvé a David el trono a su linaje
y un rey davídico, esperanza del tiempo final.
Casi todos los reyes de la Tierra prometida
adoraron a dioses paganos,
desoyendo el clamor de los viejos profetas,
y el rey divino entregó sus reinos en manos del rey de Babilonia.

El pueblo desterrado consiguió de Yahvé el perdón y el olvido
y tornó a brillar la antigua promesa
de un reino de Dios  sobre todo su pueblo.
Las doce tribus de Israel se reunirían
en la santa ciudad de Sión,
luz resplandeciente
que atraería a todas las gentes de la Tierra.
El rey y juez de los cielos
dejaría a los justos el poder
de juzgar y gobernar con él
sobre todo el universo para siempre.
Destruiría a perversos e inicuos sin piedad
 y, más allá de la historia,
una nueva era se abriría de gobierno divino.