Ha sido esta madrugada, poco antes de levantarme. Tres personas, borrosas, no identificables, me robaban la máquina de afeitar en el Parlamento Europeo. Ví primeramente cómo intentaban cambiarme una cosa por otra y, de inmediato, cómo uno de ellos echaba a correr llevándose la cosa. Grité entonces y con el esfuerzo del grito me desperté.
La cena de ayer, como de costumbre, fue frugal: la ensalada de siempre con la media manzana de siempre. Nada de estómago ocupado.
¿Será la causa próxima la noticia de esa trama de sobornos en favor de Qatar entre unos parlamentarios socialistas del Parlamento Europeo, que leí ayer por la noche? ¿O tal vez el robo cotidiano de artículos del Código Penal por nuestro presidente del Gobierno al servicio de sus proxenetas independentistas? O, ¿quién sabe, si tendrá algo que ver con este día consagrado a los Derechos Humanos, sobre los que tanto he ido escribiendo?
Tengo dónde elegir. Pero hubiera preferido soñar con que oía hablar a Luis Enrique.