Tras felicitarnos mutuamente la Navidad, mi viejo amigo Cástor Olcoz, desde su residencia donostiarra, templada y serena, me envía una entrega de su cuaderno de bitácora, que yo se lo copio con las dos manos:
¿De dónde viene el deseo de ser escritor? Que alguien se someta por su voluntad a una tortura diaria, con raros episodios de dicha estática, solo puede deberse a una disfunción.
Sea deformidad general del cuerpo (Pascal); sordera (Ronsard); ceguera (Milton); sordera (Byron); manquera (Cervantes); tartamudez (Esopo); asma (Séneca); dislexia (Dickens); anorexia (Kafka), epilepsia (Dostoievski); neurastenia (Prouts); halitosis (Voltaire); sífilis (Nietzsche); insomnio (Cioran); jaqueca (Schopenhauer); dolores articulares (Santa Teresa de Jesús); vértigo (Lutero); alcoholismo (Poe); depresión (Juan Ramón Jiménez); esclerosis lateral amiotrófica (Piglia), etc., etc.
Que la idea de ser escritor resulte tan atractiva para la mayoría, incluyendo los sanos, es lo que resulta inexplicable.
Graham Grene, no obstante, dice: A veces me pregunto cómo se las arreglan todos los que no escriben, componen o pintan para escapar de la locura, de la melancolía, y del pánico inherente a la condición humana.