Peor, mucho peor que tener la mosca detrás de la oreja, es tenerla dentro.
Hemos olvidado con frecuencia que las flechas de Cupido, el dios del Amor, niño alado con ojos vendados, armado de arco y aljaba, eran de dos clases: unas con puntas de oro para trasmitir el amor, y otras de plomo para incitar el olvido y la ingratitud.
Qué bello, junto a los quehaceres, el quesoñares de Mauricio Wiesenthal…