Domingo V ordinario

Sal y Luz del mundo

(Mt 5, 13-16; Mc 4, 21; 9, 50; Lc 8, 16; 14, 34-35; Jn 1, 4, 9; 12. 46; Lev 2, 13; Is 9, 1; 30, 26; Col 4. 6; Ef 5-8; I Tes 5, 5.)

 

Decía Jesús a sus discípulos:
Vosotros sois la sal de la tierra.
Pero, si la sal se vuelve insípida, ¿quién la salará?
No es útil para la tierra.
Ni para el mismo estercolero.

La sal sazonaba las comidas en tiempo de Jesús.
Guardaba y purificaba todo cuanto tocaba,
salvándolo de cualquier putrefacción.
Los pueblos antiguos de Oriente la usaban en el culto.
Los nómadas llamaban alianzas de sal
las comidas amistosas entre ellos.

-Vosotros sois la luz del mundo,
decía también Jesús, que la sabía
bella criatura de Dios, obediente y temblorosa,
que en los Salmos y Profetas envolvía y revestía la figura del Altísimo,
cuando no se confundía con su rostro imposible de ver.
Metáfora divina de gracia y salvación,
signo de alegría, protección y eterna felicidad.

Por eso los compara a la ciudad luminosa levantada en la montaña,
que todos ven;

a lámparas colocadas sobre un candelabro
para alumbrar a todos los de casa:
-Brille así vuestra luz delante de los hombres,
para que puedan ver vuestras buena obras
y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos.