Los tres castros de Peralta (II)

 

        Al Este del término municipal de Peralta dominan los aluviones fluviales, y al Oeste los yesos. De Norte a Sur se distinguen tres pliegues: el anticlinal de Falces, el sinclinal de Peralta y el anticlinal de Andosilla, con una serie de crestas en dirección NO-SE, separadas por valles excavados en las margas yesíferas: Alto de Carricas, Barranco de Vallacuera, Sierra de Peralta, Caluengo  (466 m.), Olivos, Los Prados, Dehesa y Montecillo.

Petralta (Piedra Alta) en los textos de los siglos XI y XII, fue reducto avanzado desde el siglo X en la naciente monarquía pamplonesa. Fue después tenencia del Reino bien documentada en los siglos siguientes. La fortificación, con nombre árabe de La Atalaya, significa torre, altura o posición eminente y fue realidad desde el siglo X. La torre principal estaba en ruinas en el año 1400, pero el resto del fortín seguía en pie. Fue derruido parcialmente por orden del cardenal Cisneros, junto con otros de Navarra, en 1516.

Pasamos el puente de origen gótico, muy reformado en el siglo XVII y en el XX, y recalamos en El Sotillo, junto al río Arga, que llega escaso, dejando toda la cascajera al aire. Seguimos avanzando por el camino fluvial que lleva hasta Falces, pero nosotros bordeamos por arriba la Canal de Vallacuera hasta llegar al raso, desde donde divisamos las huertas solares de Falces y desde donde podemos contemplar a placer la espectacular Sierra de Peralta (popularmente, los Montes de Peralta), que llega hasta Miranda, formación de arcillas y yesos alternantes desde el Oligoceno-Mioceno, en forma de puntas de diamante o diminutas pirámides, todas plantadas, como en todo el contorno, de pequeños pinos alepos, resistentes en la peores condiciones de terreno.

Nos acercamos luego a lo que queda del castro llamado Vallacuera, con orígenes en el Bronce Final, a una altura de 321 metros, de apenas 1.500 metros cuadrados de superficie, en gran parte vaciado por el río. En él se encontraron cerámicas manufacturadas y un molino de mano; abandonado probablemente en el Hierro Medio, fue aprovechado de nuevo en época bajo imperial, para terminar del todo en el siglo V.

Tomamos el desayuno sobre la hierba en un extremo de El Sotillo, junto al río. En una de las antiguas cuevas, bajo los acantilados de yeso, con sus variadas figuras geométricas, producto de la erosión, han puesto una perrera, donde un perro inoportuno no deja de importunarnos durante un buen rato, pero luego nos deja dormir. En los años Treinta del pasado siglo, el 20% de la población peraltesa vivía en cuevas.

Encima de nosotros tenemos la torre fusilera, del tiempo de las guerras carlistas, hecha de muros de yeso con aspilleras en los lados, quizás sobre sobre el lugar de unas de las torres de la Atalaya. Y hasta allá que nos vamos.