Los tres castros de Peralta (y III)

 

               Subimos, lo más despacio que podemos, pasando cerca de las calles CantarranasVerdura y San Juan, por una pendiente donde se tiraron casas o casuchas, se rehicieron nuevas, se rehabilitaron las cuevas ancestrales, se abrieron senderos y rampas, se pintarrajeó todo de cal y algunos colores, entre pitas y copiosos cactus como vegetación principal.

Contemplamos la torre barroca campanar exenta, símbolo de la villa, único resto de la iglesia parroquial, gótico renacentista, de San Juan Evangelista, de fines del XVI, toda de ladrillo rojizo sobre basa de piedra; de una nave, capillas laterales y cabecera poligonal. Airosa y elegante, la torre está compuesta de cuerpos prismáticos decrecientes y otro octogonal de remate, con pilastras cajeadas y labores geométricos, con varios vanos que alojan las campanas, coronado todo por pequeños pilares con bolas. No lejos de ella se levantó, con el mismo título, entre 1826 y 1833, la iglesia parroquial actual, neoclásica, impresionante por su magnitud y por la riqueza de sus retablos. Solo hace unos años se erigieron las dos torres laterales, de estilo herreriano.

Llegados a la altura de la torre campanar, descansamos un poco en uno de los bancos  acogedores, de madera, que se reparten por todo el circuito. Buenas visión sobre el poblado actual y sus polígonos industriales, entre el río, desviado de su antiguo cauce, y los últimos montes de Peralta, y sobre toda la Ribera Media. Seguimos rodeados de cactus hasta llegar a unas sencillas escaleras de tierra y madera, que nos llevan a la torre fusilera, erigida sobre una  de las viejas torres de la Atalaya.

En este promontorio, entre 355 y 377 metros, parque natural hoy, ocupado todo él por  pinos alepos y sisallos autóctonos, estuvo el castro celtíbero y después la ciudadela medieval. Armendáriz halló aquí cerámicas celtíberas y manufacturadas. El viejo poblado debió de extinguirse a finales de la Edad de Hierro.

El año 924, el ejército de Abderramán III llegó a la fortaleza de Bitra Alta, Petra Alta, en tierras cristianas, y se llevó, como cuentan las crónicas  árabes, el primer botín con que Dios los gratificó en el curso de esa campaña. La ciudadela medieval llegó a medir 4 hectáreas, y todavía son visibles hoy la puerta de acceso o puerta falsa, la rampa de entrada, el aljibe (Pozo de los moros), la muralla de tapial hecho de piedras de yeso y argamasa. el foso septentrional y el llamado Portil del lobo, poterna o puerta secundaria y arqueada en el extremo norte. La población medieval estaría en derredor de las actuales ruinas de la iglesia de Santa Lucía, del siglo XVIII, dos muros endebles aún en pie, sostenidos por cinturones de hierro.

Rodeamos todo el ámbito de la antigua ciudadela y bajamos esta vez, con un rodeo más cómodo, sobre las hondas quebradas yesosas del flanco occidental. A estas horas refulge cegadoramente el penúltimo sol sobre los techos metálicos de fábricas, naves y almacenes, mientras el Arga discurre sereno hacia los dominios no  menos accidentados de Funes, camino del Aragón y del  Ebro. Más oscuros, se adivinan en el ancho regadío peraltés los cardos  y los pimientos cucones, que tienen también sus días festivos en el calendario festival de Peralta.