Nacido en Vietnam en 1928, François Xavier fue consagrado obispo de Nha Trang en 1967. Ocho años después, habiendo sido nombrado obispo coadjutor de Saigón, fue apresado por el nuevo régimen comunista, que acababa de llegar al poder. Estuvo trece años encarcelado, nueve en absoluto aislamiento. Fue liberado en 1988 y puesto en régimen de arresto domiciliario en Hanoi, sin permitirle volver a su diócesis. Dos años más tarde, se le permitió viajar a Roma, pero no volver a su país. En la capital de la cristiandad fue vicepresidente (1994) y luego presidente (1998) del Pontificio Consejo de Justicia y Paz hasta su muerte en 2002. Durante sus años de cautividad escribió para sus feligreses varios libros sobre la esperanza cristiana. Al final de su vida, el libro Cinco panes y dos peces (1997) sobre sus recuerdos de la prisión.
-Ayer por la tarde fui detenido. Transportado durante la noche a Saigón hasta Nhatrang, a cuatro cientos kilómetros de distancia en medio de dos policías, he comenzado la experiencia de una vida de prisionero. Hay tantos sentimientos confusos en mi cabeza: tristeza. miedo, tensión; con el corazón desgarrado de haber sido alejado de mi pueblo (…). Pero en este mar de extrema amargura, me siento más libre que nunca (…). De camino a la cautividad he orado: Tú eres mi Dios y mi todo (…). En la oscuridad de la noche, en medio de ese océano de ansiedad, de pesadilla, poco a poco me despierto: Debo afrontar la realidad. Estoy en la cárcel. Si espero el momento de hacer algo verdaderamente grande, ¿cuántas veces se me presentarán ocasiones semejantes? No, aprovecho las ocasiones que se me presentan cada día para realizar acciones ordinarias de manera extraordinaria.. No esperaré. Vivo el momento presente colmándolo de amor. La línea recta está formada por millones de puntitos unidos entre sí. También mi vida está integrada por millones de segundos y de minutos unidos entre sí. Dispongo perfectamente cada punto y mi vida será recta. Veo con perfección cada minuto y mi vida será santa.
-Meses más tarde, cuando me metieron en el fondo del barco Hai-Pong con otros mil quinientos prisioneros para transportarnos al norte, viendo la desesperación, el odio, el deseo de venganza en las caras de los detenidos, compartí su sufrimiento, pero rápidamente me llamó de nuevo esa Voz: Escoge a Dios y no las obras de Dios. Y yo me decía: En verdad, Señor, aquí está mi catedral, aquí está el pueblo de Dios que me has confiado para que lo cuide. Debo asegurar tu presencia en medio de estos hermanos desesperados. Esta es tu voluntad, y, por tanto, esta es mi elección.
-¿Cómo llegar a esta intensidad de amor en el momento presente? Pienso que debo vivir cada día, cada minuto, como si fuera el último de mi vida. Debo dejar todo lo accesorio y concentrarme solo en lo esencial. Cada palabra, cada gesto, cada llamada de teléfono, cada decisión es la cosa más bella de mi vida.
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