Rubén Amón se ha especializado en denigrar al papa Francisco. arrabalero y peronista (En esto coincide con Federico). Hace unas semanas le dedicó toda una diatriba, al oírle decir que la homosexualidad no es un delito, pero sí un pecado. Hoy vuelve a la carga -¿Y si el papa Francisco fuera un impostor?- con muchos más cargos; celibato, ordenación de mujeres…, pero ese punto sigue siendo primordial. Si en la clarificación de las finanzas vaticanas y en la condena de la pederastia intraeclesiástica le atribuye algún mérito, no ve tampoco suficientes personas condenadas por ambos capítulos en la cuenta de resultados.
Total, que acaba diciendo que Francisco ha escenificado una política de gestos y de concesiones demagógicas, más propias de un cura arrabalero que de un pontífice máximo, a cuenta de la degradación de la liturgia y del estupor estético. Lo que le ha llevado al punto de desfigurar la Iglesia.
Pero no se queda Amón en esa nostalgia conservadora, de tinte reaccionario, sino que se irritas porque todavía se le llame el papa de los ateos, sin convertirlos; que se le atribuyan proezas y revoluciones que no existen; y le cuesta trabajo comprender el entusiasmo que le muestra el Gobierno español y el del mundo de los progresistas, como los podemitas, Sanders y Maduro. ¡Curioso muestrario de progresistas!
Con este lenguaje elitista y pretencioso, con cierto tufillo a Mronsieur Homais, Rubén Amón demuestra tener en bien poco esos aspectos positivos en el pontificado del papa Francisco, que el mismo menciona pero no elogia, o incluso los rebota como neutros o negativos, especialmente la versión de toda una Iglesia hacia los pobres en todos los terrenos; la denuncia sin contemplaciones del capitalismo puro y duro, o toda una nueva doctrina, también teológica, sobre el ecologismo más prometedor. Valores que cualquier progresista, en el mejor sentido de la palabra, valora y valora grandemente, no sólo los progresistas que él evalúa como canónicos.
¡Claro que para él, seguramente educado en el catolicismo más conservador, del que parece no renegar, a pesar de su predicado agnosticismo, no son cosas propias de un papa, sino de un cura arrabalero, populachero, poco ortodoxo, como piensan de él casi todos los llamados ultraderechistas católicos!
Tampoco ni como sombra de canonista, de teólogo o de simple historiador puede alardear nuestro maestro columnista o comentarista político, al que sigo hace mucho tiempo. Todos los temas intraeclesiásticos, los únicos que le son propios según el tradicionalista Amón -lo he repetido mil veces- no son cosa privativa del papa, sino de toda la Iglesia. En la Iglesia hay muchos pareceres, y ahora mismo, en varios foros, y pronto en el Sínodo Universal, son y van a ser debatidos. El papa hasta ahora, en estos diez años, además de repetir, eso sí, con un tono nuevo y nunca con simpleza, la doctrina tradicional en estos casos, que es la que vale hasta que no cambie, ha hecho todo lo posible por visibilizar las reformas más posibles y practicables -relevancia de muchas mujeres en cargos para ellas hasta ahora inéditos; institución del diaconado/diaconisado; alguna salida para divorciados…-, porque ciertas tradiciones que vienen desde la letra de la Biblia, de los anteriores concilios, de otras encíclicas, del magisterio ordinario de la Iglesia, ni él ni papa alguno puede, por su cuenta y riesgo, disponer como quisiera, como quisiera Amón y muchos millones de personas. Sólo un Concilio universal de toda la Iglesia, sin dejar de mirar a las otras Iglesias, podría hacer posible ese sueño, ese ideal, esa mejoría, esa hipótesis -para muchos millones, esas aberraciones, esas herejías-, tras un serio adoctrinamiento sereno y constante, que desborda lustros, decenios y pontificados.
Ya conocíamos los insultos de arrabalero y peronista. Pero el de impostor –engañador, fingidor, suplantador- no pensaba nunca encontrarlo en un periódico como El Confidencial.