( Za 13, 7; Mc 14, 26-31. 66-72; Mt 26, 69-75; Lc 22, 54-62; Jn 18, 15-18. 25-27. 36-38)
Cuenta Marcos, el evangelista,
que, tras la última cena,
al salir hacia el monte de los Olivos,
dijo Jesús a sus discípulos, citando al profetas Zacarías:
–Todos vosotros os vais a escandalizar, porque está escrito:
-Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.
–Aunque todos se escandalicen, yo no -exclamó Pedro de inmediato.
-Yo te aseguro – le replicó el Maestro– que, esta misma noche,
antes que el gallo cante dos veces,
tú me negarás tres.
*
Tras el prendimiento de Jesús en el huerto,
Pedro le siguió a distancia,
hasta dentro del patio del palacio del Sumo Sacerdote.
Mientras Jesús, de pie, en el piso alto,
confesaba ser el Mesías, el Hijo del Bendito,
Pedro, sentado junto a los guardias,
se calentaba junto al fuego.
-¿Tú también estabas con Jesús el Nazareno?
le preguntó una de las criadas de la casa.
–No sé ni entiendo lo que dices,
le respondió, amargo, el discípulo, y salió al patio exterior.
Pero ella no le creyó y siguió diciendo a los presentes:
–Este es uno de ellos, mientras Pedro lo negaba de nuevo.
Otros igualmente led dijeron:
–Tú eres uno de ellos, pues eres galileo; tu habla te delata.
–No conozco siquiera a ese hombre,
replicó por tercera vez, entre juramentos y maldiciones.
Entonces cantó el gallo por segunda vez.
Pedro recordó las palabras de Jesús,
y, saliendo de allí precipitadamente,
amargamente rompió a llorar.