(Gen 37; Jr 18, 19 y 32; Za 11, 12-13; 2 M 9; Mt 26, 14-16. 20-25; Mc 14, 10-15.17-21; Lc 22, 3-6. 21-23; Jn 12, 4-8; 13, 21-30; Hch 1, 15-20)
Cuenta Mateo, poco antes de la última cena,
que Judas Iscariote
fue donde los Sumos Sacerdotes:
-¿Qué me daréis, si os le entrego?
Ellos le dieron treinta siclos de plata.
Y desde ese momento andaba buscando
una oportunidad para entregarle.
*
¿Era ladrón y, como dice el evangelista Juan,
guardaba la bolsa del dinero y se llevaba lo que echaban en ella?
¿Estaba impaciente porque Jesús
no acababa de inaugurar el reino prometido?
¿Le entregó con la esperanza
de que, forzado a mostrar su poder,
se impondría por fin a toda clase de autoridad?
O, perdida su fe en Jesús,
¿sintió el urgente deber de acabar con el falso profeta?
*
Mateo, el evangelista,
y solo él,
nos cuenta que Judas,
habiendo cambiado de parecer,
devolvió los treinta siclos a los jefes de los sacerdotes y los ancianos:
–Pequé entregando sangre inocente.
-A nosotros, ¿qué? Tú verás- le contestaron.
Y, tras arrojar las monedas en el templo,
Judas se retiró y luego se ahorcó.
La imagen de Ajitófel, en el Libro segundo de Samuel,
consejero de confianza del rey David, que se ahorcó
tras haber intentado entregar al rey en poder de Absalón, su hijo rebelde,
influyó grandemente en Mateo a la hora de contar
el violento final de Judas el traidor,
que venía fijado en la tradición premateana.
En cuanto a los treinta siclos de plata
-el precio pagado por las heridas causadas a un esclavo-,
aprovecha confusamente citas mezcladas
de los profetas Jeremías y Zacarías,
para acabar diciéndonos, influido por ellas,
que los sumos sacerdotes
no quisieron echarlos en el tesoro de las ofrendas,
por ser precio de sangre, y compraron el campo del alfarero
como lugar de sepultura de gente extranjera,
llamado después campo de sangre.
*
En el Libro segundo de los Macabeos
se cuenta el trágico final del impío Antíoco Epifanes,
que cayó violentamente de su carro,
descoyuntados sus miembros,
pululando gusanos de sus ojos
y cayendo a pedazos sus carnes,
entre un infecto hedor que apestaba a todo su ejército.
El evangelista Lucas, en su libro de los Hechos de los apóstoles
debió de inspirarse en ello
y puso en boca de Pedro, en uno de sus discursos antes de Pentecostés,
cuando llegó la hora de sustituir a Judas,
la nueva leyenda del final del traidor,
que, cayendo de cabeza, reventó por medio y todas sus entrañas se esparcieron.
Aquí la compra del campo de sangre -Haqueldamá, en arameo–
la lleva a cabo el mismo Judas, con la paga de su crimen.