(Mc 15, 1-8)
Pasado el sábado,
y muy de madrugada,
María Magdalena, María la de Santiago y Salomé
que compraron aromas para embalsamar el cuerpo de Jesús,
van al sepulcro.
(Es un nuevo comienzo. Dios rige la historia,
El alba es el símbolo de las promesas.
Son las mujeres del Calvario,
y ellas solas, discípulas de Jesús).
-Quién nos retirará–se decían unas a otras-
la piedra de entrada al sepulcro?
(El amor rompe todas las barreras,
la fe no repara en obstáculos)
Pero ven que la piedra está corrida.
y eso que era muy grande.
Y, al entrar en el sepulcro,
vieron solo a un joven sentado a la derecha,
todo vestido de blanco.
(No se llama ángel.
No saluda. Tampoco se presenta.
Es un ser celeste, con poder de anunciar
la asombrosa y nueva realidad).
-No os asustéis.
Buscáis a Jesús el Nazareno,
el Crucificado:
Ha resucitado. No está aquí.
Ved dónde le pusieron.
(Una persona muy concreta,
la misma que fue muerta,
vive.
Ya no pertenece
al lugar los muertos).
–Pero id y decid a sus discípulos
y a Pedro
que va delante de vosotros
a Galilea:
allí le veréis, como él os dijo.
(La vida sigue. La misión
urge a todos los seguidores de Jesús
a proseguir los pasos del Maestro galileo).
Ellas salieron huyendo del sepulcro,
pues un gran temblor y espanto
se apoderó de ellas.
Y no dijeron nada a nadie,
porque tenían miedo.
(No es el miedo de los discípulos
al poder del Templo y de Roma.
Es la emoción–respeto a la presencia de lo Sacro,
ante aquello que al hombre le desborda y trasciende).