Nos vamos a yantar y sestear a orillas del Ebro, en el término de Los Escorones, donde nievan los vilanos blancos o papus desde los amentos en flor de los chopos ribereños. Por el ancho camino que se abre entre las huertas pasan de rato en rato parejas de mozas gimnastas, que vienen de Fustiñana y vuelven hacia ella en un probable rito diario meridiano. En la plaza de los Fueros de la villa tomamos un café para tomar impulso y ascender al tercer castro a media tarde. Desde uno de esos balcones de la entonces nueva casa del Ayuntamiento, e invitado por él, tiré yo durante varios años las nueces rituales sobre las indefensas cabezas de fustiñaneras y fustiñaneros a la luz de la hoguera, en las fiestas de la Virgen de la Peña.
Siguiendo por la carretera de Tudela a Tauste, tomamos un camino rural que sube hacia un espolón rocoso, en cuya cima vemos desde abajo una corona de piedras. Atravesamos unos campos pedregosos, no lejos de la ermita de Santa Lucía, que la llevamos a la vista, donde crecen unos raquíticos herbales, casi amarillos ya por la persistente ente sequía de esta primavera y llegamos a la cima que dicen tener 288 metros, 2.500 metros cuadrados, a la distancia de kilómetro y medio del Ebro. Estamos en pleno término de Los Ontinares (sitio de ontinas, o artemisas, o herbas albas), que da nombre al viejo yacimiento, aunque la mayor parte del terreno del poblado sea ahora un prieto sisallar.
Todo da a entender que se trata de un típico castro. con tres de sus partes en pendiente casi vertical, con ladera occidental llena de derrubios de una muralla primitiva y grandes sillarejos calzados a seco sobre el escarpe. En el llamado istmo, que une el espolón con la Plana, vemos los restos de un foso defensivo, de unos 10 metros de anchura, ya casi colmatado por el derrumbe secular de piedras y tierras. Pero el fenómeno singular de este viejo poblado, donde se encontraron cerámicas manufacturadas y torneadas, así como molinos barquiformes y circulares, es el cerco reciente de piedras, hormigón y cemento que recorre todo el escarpe sur y parte de los flancos este y oeste, junto a cuatro montones de piedras dentro del espacio, que parecen arrancadas de allí o traídas con algún fin constructivo. ¿Una imitación del castro arcaico? ¿Un corral moderno?
Apoyados en tan singular barandilla, contemplamos la vasta llanura que empezando por la carretera y siguiendo por el Canal de Tauste, se extiende por unas plantaciones de frutales, sigue por unos campos de cereal crecido, otros campos preparados para el maíz, prosigue por la fronda del río Ebro, sigue por las siluetas de Buñuel a un lado y de Ribaforada por otro, y se pierde en la calima ulterior. A nuestra derecha, unos invernaderos junto al Canal, las primeras casas y la torre de la iglesia de Fustiñana.
Terminamos la tarde, ya que no tenemos tiempo para otra cosa, en el Mirador de Las Bardenas Reales, ya en término de Arguedas, contemplando esa Navarra irreal, lunar o fantasmagórica, que es la Navarra bardenera, habitada ya, sin interrupción, desde el neolítico, que la hace todavía más fantástica, más atractiva, más seductora.