Por la vía romana Fillera-Pirineo (II)

 

Hoy, primer día de mayo, ha salido claro, fresco y soleado. Un día que, con lluvia por la tarde, hubiera sido un día perfecto.

Hacemos un corte en la vía romana, que acabamos de estrenar, y nos vamos hasta Lusarreta, lugar cercano a Espinal y Roncesvalles, que el viajero de entonces visitó y describió hace muchos años, bajo el Lirán, con sus cinco casas históricas, dos vivas, una iglesia y un hórreo, el hórreo de Gardorena. Subiendo hacia Esnotz, llegamos al collado de San Paul, nombre de la antigua ermita, dedicada a San Pablo, y es punto central de la vía que recorremos. Andamos un rato en dirección al sur, hacia Lusarreta, por un prado de siega, debajo de un montecillo redondo coronado de hayas espesas y verdoyas, que acaban de reverdecer. La forma del camino ha desaparecido casi, y cuesta creer que por aquí pasaran carros y hasta romanos.

El prado es una exposición vibrante y variopinta de primavera. A los helechos jóvenes se añaden una multitud de dientes de león, todavía aquí en flor; primaveras en racimo (prímulas veris); blanquiazuladas escilas de primavera; potentillas montanas; violetas perrunas; erectas orquídeas saúco, moradas  o albiamarillentas; bambolleras o euforbias… Cojo un ramillete de todas ellas, y recordando las entrañables flores a María de aquellos tiempos, las ofrezco a la Madre y Reina de Mayo y de las flores, y a las personas más queridas. Cuesta muy poco transformarse aquí en Arcimboldo.

Mientras nos divertimos con nuestras flores de mayo, que aquí son todavía las primeras, aparece en la cornisa de la pendiente lo que me parece un perro de color rojizo: se queda quieto, nos ve, tal vez nos oye y salta rápido hacia la hondonada. No es un perro, es un zorro, el segundo con el que nos encontramos en muchos años de excursiones.

Ya que estamos aquí, bajamos hasta Esnotz, el primer pueblo contiguo del Valle de Erro: un anchurón extendido de norte a sur, de grandes casas bien caleadas y mantenidas, una acogedora Casa Rural en medio. y una treintena de habitantes. No lejos del núcleo hay otras tres casonas exentas en medio de campos de labor. Tenemos delante las dos cordilleras paralelas que, al norte de los Valles de Lizoain y Arriasgoiti, drenados también por el río Erro, que baja desde Sorogain, forman el Valle de Erro, desde Ardaitz hasta Lintzoain, Cilbeti y Biskarreta-Gerendiain. Otra cordiline mas modesta todavía lo separa del largo Valle paralelo de Esteribar. Al final, el macizo de Belate y la cima del Sayoa. En el último oeste, tras el cabezón y la sierra de Etxauri, las siluetas azuladas de  la sierra de Satrústegi, Beriain, el Txurregi, Atondo,…

Elegimos para comer y sestear el rincón de un viejo camino, cubierto de fina grama cebollera. Crecen alrededor bardanas, marrubios, y aliarias o ajeras, en racimos de flores blancas de cuatro pétalos y con apariencia de botón. Apetece el sol y el cierzo es como una mano cariñosa.

Vueltos a Sant Paul, tomamos la vía romana hacia Espinal y el Pirineo, y por un camino entre prados de siega y vallas  de propiedad, con varias langas, que tenemos que abrir y cerrar. Desde que tomamos el desvío de la carretera a Lusarreta vamos rodeados de bojerales y enebrales,  aliagas en flor, espinos, fresnos y robles, mayormente, y arriba, siempre hayas, más espabiladas que los robles. Y aquí y allí, vacas pirenaicas, yeguas y rebaños de ovejas. En cualquier sitio que paramos, suena una esquila.

Volviendo por donde vinimos, vemos cerca, entre la espesura a vegetal las manchas blanca o coloristas de Villanueva de Arce y Arrieta, a la misma altura del bosque, frente al mural último del Corona. Más lejos lo que nos parece ser Gorraiz es seguramente Imizkotz. Nos movemos entre el yunque de Larrogain y los macizos de Jaundonejakue, Pausaran y Elke, tres roquedos defensivos del valle de Arce  e iconos del Prepirineo.

Hacia ellos enfilamos.