Se agita Suráfrica

Siempre tuvimos a la República Surafricana, si no como modelo de integracióm, al menos, como ejemplo de contención, serenidad y tolerancia entre la inmensa mayoría de población negra, en su inmensa mayoría pobre, durante años maltratada y humillada, y la mínima minoría blanca, con casi todos los resortes económicos en su poder. Pero tal vez era el milagro Mandela el que hacía eso posible. Cuando visitamos oficialmente el país, siendo parlamentarios europeos, pudimos ver de cerca la realidad, que no era tan positiva, y no lo digo porque me asaltaran en Pretoria y me robaran la cartera con unas pocas monedas, que me hicieron difícil la vuelta en tren a Johanesburgo! Dentro del horror que pudo haber sido la independencia de un país con amplia mayoría de gobernantes negros, tras el apartheid, aquello nos parecía meritorio y sorprendente. Ahora, tras el asesinato a machetazos del líder afrikaner Terre Blanche (¡curioso apellido!),  condenado antes a cinco años por golpear a un negro casi hasta la muerte, todos los diarios del mundo ofrecen cifras escalofriantes del odio y del peor apartheid actual: 3.000 granjeros blancos asesinados desde 1994; miles de homicidios cada año; la cultura del bling  (lujo y ostentación) entre los jóvenes negros selectos; la atracción del mal ejemplo de  la dictadura racista del vecino Mugabe; el himno Kill the Boer (matar a los boers: agricultores blancos) como himno del líder juvenil del CNA (Congreso Nacional Africano en  el poder), Julius Malema; la econmía aún en manos de los blancos (el 9 %)… Y todo ello en puertas del campeonato mundial de fútbol, que por vez primera se celebra en África.