Hablando del encuentro de los artistas con el papa en la capilla Sixtina, Micol Forti, directora de la Colección de Arte Contemporánea de los Museos Vaticanos, recuerda lo que Pablo VI dijo hace cincuenta años, el día de su inauguración: Los museos no deben ser un cementerio. Y comenta: El arte contemporáneo ha hecho trizas la idea de que entrar en un museo significa entrar en algo que ya sucedió, que se ha acabado y que está cerrado.
Cuando Montini inauguró la Colección de Arte Contemporáneo, en 1973, planeada desde 1964, contaba con 950 obras. Hoy día, el catálogo es diez veces mayor, pero las galerías solo disponen de espacio para exponer al público 450 piezas . Por eso han encontrado una fórmula eficaz: rotarlas periódicamente siguiendo temáticas específicas, no tanto de un mismo período, sino de un mismo talante, que generen las mismas preguntas.
Porque, como es bien sabido, en los Museos Vaticanos no caben solo los católicos o los creyentes. Forti es tajante a este respecto: Los grandes artistas hablan siempre de Dios, incluso cuando no lo parece o ellos mismos no quieren. Y pone el ejemplo de Picasso, ateo bien conocido, que, empezando por el Guernica, creó obras de una potencia casi sacra. Según ella, el siglo XX es quizás el que más cargo se ha hecho de no eludir la relación con la trascendencia (…), laico en apariencia, pero lleno de una necesidad y de un deseo de confrontación con la religiosidad y la tradición de la iconografía cristiana. Y subraya que Pablo VI quería que se documentara la atención a la trascendencia propia del siglo XX, que había sufrido dos guerras mundiales, el Holocausto , varias dictaduras y todas las tragedias que conocemos hoy.
La directora de la Colección de Arte Contemporáneo de los Museos Vaticanos recomienda, al enfrentarse a una obra vanguardista, no hacer solo una contemplación estética, sino preguntarse por qué esa obra está ahí, qué hay allí más allá de lo que vemos. Por eso quiso el papa fundador que se instalaran en el Vaticano ciertas obras controvertidas: La provocación despierta la conciencia, y crear cierta incomodidad con la propuesta artística puede reactivar la atención y la participación a la que Pablo VI llamaba tanto y casi invocaba.