El viaje de un primo desconocido, residente ahora en Las Islas Canarias, a fin de conocer de cerca el pueblo de sus antepasados, nos ha reunido en Mañeru a una docena de Arbeloas de distintas ramas. Se extendieron seguramente desde el País de Arberou (o Arbeloa), en Ultrapuertos, hasta Aibar, y de allí a Arróniz, Sesma, Lerín Andosilla, Mañeru…, y, por ejemplo, de Mañeru a Puente, Sarría, Artazu, Otazu, Echarri, Pamplona, San Sebastián, Canarias…, Hoy , un pequeño grupo de todos ellos hemos dado en vernos, conocernos y festejar navarramente el parentesco.
No estábamos todos, ni mucho menos, sino solo algunos representantes de cada familia, dispuestos a ayudar a nuestro nuevo primo a preparar ese libro genealógico que proyecta, tarea más ímproba de lo que parece, porque, aunque hablemos de árbol genealógico, lo cierto es que llega a bosque, que se multiplica más por dispersión de semillas, llevadas por los vientos de la historia, que por raíces trasplantadas, o ramas extendidas, como he dicho antes, repitiendo la metáfora vulgar y deshuesada.
Acostumbrados a mirar el estudio de las genealogías como cosa de nobles u otros personajes más o menos ociosos, cuando no arbolarios (herbolarios), al servicio sus propios intereses, hemos olvidado no pocas veces que la genealogía es una ciencia auxiliar de la historia, porque la historia se ha ido tejiendo con células vivas de nombres y apellidos, de relaciones carnales y espirituales, sin las cuales la historia, y no sólo la historia antigua, y no sólo la historia como realidad, sino también como disciplina, no es siquiera posible.
Si conociéramos bien la concreta situación de padres e hijos de cada casa, de cada familia, de cada apellido, incluidas sus relaciones interiores y exteriores, el conocimiento de cada pueblo, de cada comarca, de cada país ,sería coser y cantar,
Y el desconocimiento de la historia, es decir, de la vida que fluye, no solo nos condena, como dice el proverbio, a repetir los errores pasados, sino que, sobre todo, nos impide vivir plenamente nuestra propia vida, personal y social, que tiene un pasado, un presente y un porvenir, Sin el pasado, estamos como ciegos en el presente, en no pocas ocasiones, y difícilmente podremos proyectar luz hacia el futuro.
No buscamos escudo nobliiario, que ya nos regaló hace cuatro siglos uno de nuestros hidalgos pretenciosos. Tenemos hoy un concepto más alto y moderno de nobleza. Pero bendito el nuevo primo navarro-canario, que viene a alargar nuestra visión de la historia familiar y apellidar, para enriquecer nuestra vida cotidiana de pobres y al mismo tiempo dignos ciudadanos del mundo.