Ya es clásica la acusación judía de que el papa Pío XII dejó de hacer una declaración pública inequívoca sobre la matanza de judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial (Hannah Arendt, 1964). Incluso, católicos alemanes como los Ratzinger, según testimonio del papa Benedicto en su última biografía, sólo tenían rumores sobre los campos de la cremación y de la muerte de los judíos. ¿Nadie se había enterado en las Iglesias alemanas?
La cosa venía de muy lejos. Repasando la historia de España para mis trabajos sobre el anticlericalismo, he quedado con frecuencia pasmado al ver las crueles injusticias que sufrieron los judíos españoles en no pocos lugares de España antes de su expulsión definitiva. Ahí está el libro del gran historiador francés, Joseph Pérez, Los judíos en España, para hacerse una ajustada idea de las penalidades sin cuento sufridas por los judíos en nuestro país y en toda Europa.
Demasiado tarde llegaron las peticiones de perdón por parte de la Iglesia Católica, ya desde los años cuarenta; las rectificaciones graduales en la misma liturgia (desde aquella infausta expresión, que aún suena en nuestro oídos de monaguillos: perfidis judaeis), y el reconocimiento del Estado de Israel (1948) por el Vaticano, estableciendo relaciones diplomáticas con Israel en 1994, fue una prueba irrefutable de una nueva conducta: En este sentido el Vaticano reconoció a Israel como un moderno Estado de derecho y lo considera un país al que tiene derecho el pueblo judío (Benedicto XVI). Las memorables visitas al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau por el papa Juan Pablo II (1979) y de Benedicto XVI (2006), o las hechas por todos los últimos papas a la sinagoga de Roma ratifican esa nueva y reconfortante actitud.
Bien conocidos son los viajes apostólicos de los cuatro papas a Tierra Santa (Jordania, Israel y Palestina): Pablo VI (1964), Juan Pablo II (2000), Benedicto XVI (2009) y Francisco (2014), que, al mismo tiempo, fueron encuentros de histórico relieve con Patriarcas ortodoxos (con Atenágoras de Constantinopla en 1964, el primero desde 1054) y Rabinos judíos, así como con reyes y presidentes civiles.
En el libro publicado en 2018, que recoge, como homenaje al papa emérito Benedicto, el extenso diálogo con el joven rabino israelita de Viena, Arie Folger, el papa alemán no deja lugar a dudas y confirma el juicio general de los historiadores sobre este punto neurálgico: Esta disputa fue entablada [entre cristianos y judíos] a menudo, o incluso casi siempre, por los cristianos sin el debido respeto a la otra parte. Tanto fue así que se fraguó la triste historia del antisemitismo cristiano, que, en última instancia, desembocó en la triste historia del antisemitismo nazi y se alza ante nosotros con el triste culmen de Auschwitz.