Como presidente que fui un día de la Comisión de Comunidades Autónomas en el Senado de España, que con nosotros nació, veo bien, en principio, la reunión de los presidentes autonómicos en torno a ciertos asuntos granados en la vida política de España. Pero quizás esta vez hubiera ido mejor este encuentro, con mayor tiempo para el debate, cuando llegue el momento de la discusión parlamentaria de la probable ley de amnistía en el Senado, tras pasar por el Congreso, tiempo el más adecuado para que los presidentes regionales dejen oír su voz, y sin que puedan zafarse algunos de ellos con tan ligeros motivos como los presentados hoy. Hubiera bastado ahora con un manifiesto sobre la prevista, que no segura, ley de amnistía de los condenados por el golpe del independentismo catalán.
Pere Aragonés García, presidente de la Generalitat de Catalunya, representante ordinario del Estado español en Cataluña, nieto de andaluces, como él mismo se ha desnudado, pero nieto también de rico alcalde franquista e hijo de rico concejal pujolista (lo que se ha callado), aprovechó la ocasión para decirnos en diez minutos -cosa que se agradece- toda la doctrina política fundamental de ERC, aquel partido fundado en 1929, lejano entonces, en su mayoría, del secesionismo, y solo recientemente vampirizado. Digo todo esto no como pulla, sino porque todo tiene más importancia de lo que parece.
Aragonés es buen orador –Pectus est quod dissertos facit, decía Cicerón-, entusiasta y convincente, con un buen decir y bien gesticular. Con poco sentido democrático, puesto que ha querido que todos le oyeran pero él no ha oído a ninguno, después de ponerlos como chupa de dómine, contraviniendo todos los votos de su partido por el diálogo, tolerancia y convivencia, de los que suele presumir Su argumento principal es rematadamente falso: Cataluña es una nación, que tiene derecho a decidir en votación su futuro, que es para ERC la independencia, y que la supuesta amnistía no es más que el principio para aquella. Dicho así, prescindiendo en todos los sentidos, de su pertenencia secular a la Hispania Citerior, a la España goda, al Reino de Aragón y al Reino de España hasta hoy mismo, es una mentira tan grande como la historia negada y, lo que es peor, es un discurso ridículo.
Decía el presidente de la Junta de Asturias, entre sus excusas para no asistir, que el que se iba a llevar el gato al agua en la performance (sic) era Aragonés. Más bien el gato se lo llevará, un poco más tarde, si el presidente del Gobierno, a fin de conseguir los siete votos de ERC necesarios para su investidura, satisface en todo o en parte los propósitos de Aragonés.
¿Todo ha sido una afrenta para la inmensa mayoría de los españoles? ¿Solo teatro, circo, ganas de perder el tiempo? Al menos, toda España ha oído de primera mano, y no por los filtros habituales, lo que piensa y quiere no solo el presidente de la Generalitat, sino también Esquerra Republicana de Catalunya, uno de los principales actores del golpe separatista del 2017, condenado por la justicia española y europea y contrario a la Carta de las Naciones Unidas.
Me temo que tal intervención de un socio fiel del presidente socialista del Gobierno no le vaya a añadir a este alguna simpatía en muchas partes de España, y que no acerque más a España -lo que Aragonés llama España- a lo que él llama Cataluña.
Ahora solo falta el otro cabecilla de la nueva nación catalana, el célebre Puigdemont, dándonos otros diez minutos de lección política, como la de esta mañana, por Radio-Televisión Española,