La misma TVE, que me dio ayer la soflama mentirosa y disparatada de Pere Aragonés, me ha dado esta tarde una de la alegrías más sensatas del año: la concesión de los Premios Princesa de Asturias, esa bella promesa de 17 años, que quizás no nos merecemos, a pocos días de su juramento de la Constitución en las Cortes Generales. Un oasis en este desierto de buenas noticias. Un alivio bien fundamentado en esta España casi borrada por la confrontación, la ignorancia, el egoísmo y el odio,
Los premiados nos han traído los mejores valores de la civilización, pero hechos vida y ejemplo en todos los sectores de la experiencia humana. No menciono a nadie para no discriminar. Y el rey Felipe, en su discurso, modélico como siempre, y siempre actual, no se ha olvidado de España y nos ha recordado que con la división no iremos a ninguna parte, y que con la unión podremos llegar a donde algunas veces -demasiado pocas, ay- hemos llegado.
¿Llegaremos a pedir la amnistía de este discurso del 20 de octubre, como algunos necios -suicidas, mejor- están pidiendo la de aquel del 3 de octubre de 2017?