Estaba yo emparedado entre malas noticias,
decepciones políticas,
aviesas predicciones,
tristes probables futuros,
cuando me dijeron que venía nada menos que Antonio Vivaldi
al teatro Gayarre
con los seis solistas del Covent Garden.
Cuando cesaron las palabras,
comenzó la música,
como Heine había, mucho tiempo ha, profetizado.
Y de allí, con tres violines,
una viola, un cello
y un enorme contrabajo,
el prete rosso,
en dos conciertos RV522 y RV 539,
titulados L ´ estro
-numen, musa, inspiración y lira-,
me llevó por Allegros exultantes
vigorosos Prestos
y un Largo que enajenó a todo el auditorio,
a ese cielo musical, atrio del cielo total,
donde no hay palabras, ni buenas noticias siquiera,
ni tiempo ni lugar.
De donde no quiero marcharme
en mucho tiempo.