El desafío del Sínodo (II)

 

                 Tras la votación de 1.200 modificaciones al texto de la Síntesis de la primera sesión, que terminaba esa tarde del mismo día 28 de octubre, a las nueve y media de la noche salieron a dar cuenta de aquella el secretario general del Sínodo, el cardenal maltés Mario Grech, y el relator sinodal, cardenal Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo. Les costó poder hacer entender a muchos periodistas que el método eclesial de reflexión y debate se funda sobre la escucha y el consentimiento: La convergencia de todos en una posición, por la fuerza del Espíritu que mueve los corazones a la adhesión, es el criterio y la medida de la infalibilidad «in credendo» del pueblo santo de Dios. (…) Decisiones apresuradas, afirmaciones partidistas, conclusiones no compartidas son el contrario de la sinodalidad, porque acaban con ralentizar el caminar juntos del pueblo de Dios. En realidad, no es la asamblea la que pueda decidir; su tarea es proponer y, leyendo la Síntesis, se podrá ver que esta tarea ha sido desarrollada debidamente.

Para el tiempo comprendido entre las dos sesiones, el trabajo ya ha sido definido  partiendo de las convergencias alcanzadas: las comunidades serán llamadas a profundizar las cuestiones y las propuestas, combinando discernimiento espiritual, ahondamiento teológico y ejercicio pastoral.

Según el mismo relator, la Síntesis recoge en sus páginas tres dimensiones: 1) la misionera; 2) la exigencia de la formación, porque la sinodalidad es una cultura, una forma de Iglesia, un estilo de vida cristiana, que penetra todos los campos y que no se puede improvisar, y 3) la solidaridad con la humanidad y sus dramas, como las actuales guerras, las emigraciones, el hambre y las muchas catástrofes que llevan a la muerte.