No quiero que antes de Navidad se me pase sin comentario el extraordinario acontecimiento que, a finales de septiembre, la tercera edición de los Encuentros del Mediterráneo, que tuvo lugar en Marsella, con presencia del papa. La Marsella a la que Francisco llamó, entre fervorosos aplausos, la sonrisa del Mediterráneo.
Tanto en la popular y bella basílica de Notre Dame de la Garde, como en su encuentro con el presidente Macron y su esposa, o con los otros jefes religiosos que acudieron a los Encuentros, pero sobre todo en el auditorio del Palacio del Faro, donde los concluyó, dejó clara huella de su paso.
Frente a nacionalismos anacrónicos y beligerantes, que quieren acabar con el sueño de la comunidad de naciones, deseó un Mediterráneo como laboratorio de paz, donde países y realidades diferentes se encuentren sobre la base de la común humanidad que todo compartimos y no de ideologías contrapuestas. Así volvió, como un día en Lampedusa, a clamar por los migrantes: Hay un grito de de dolor que es el que más retumba de todos, que está convirtiendo el Mediterráneo de cuna de civilización en tumba de la dignidad. Ante este grito sofocado de los hermanos migrantes, varios puertos mediterráneos se han cerrado. Y dos palabras han resonado, alimentando los temores de la gente; invasión y emergencia. pero quien arriesga su vida en el mar no invade, busca acogida.
Por eso el fenómeno no es tanto una emergencia momentánea, sino una realidad de nuestro tiempo, un proceso que que involucra a tres continentes en tono al Mediterráneo, que debe ser ser gobernado con sabia clarividencia, con una responsabilidad europea capaz de afrontar las dificultades objetivas: El Mare Nostrum clama justicia con sus riberas rezumantes de opulencia, consumismo y despilfarro, por un lado, y de pobreza y precariedad por otro.
Pero el Mediterráneo es también es un espejo del mundo, con el Sur volviéndose hacia el Norte, con tantos países en vías de desarrollo, afligidos por la inestabilidad, los regímenes, las guerras, y la desertificación que miran a los más acaudalados en un mundo globalizado en el que todos estamos conectados, pero en el que las diferencias nunca habían sido tan profundas.
Y aquí estalló la vena profética de Francisco: La historia nos llama a una sacudida de conciencia para evitar un naufragio de civilización. Ciertamente el futuro no estará en la cerrazón, que es una una vuelta al pasado, un retroceso en el camino de la historia. Contra la terrible lacra de la explotación de los seres humanos, la solución no es rechazar, sino garantizar en la medidas de las posibilidades de cada uno un amplio número de entradas legales y regulares, sostenibles gracias a una acogida justa por parte del continente europeo en el marco de la cooperación con los países de origen.
Finalmente, el papa sugirió la creación de una Conferencia de Obispos Mediterránea, que dé mayor representatividad eclesial a la región y fomente una pastoral específica aún más coordinada, de manera que las diócesis más expuestas puedan asegurar una mejor asistencia espiritual y humana a los hermanos que llegan necesitados.