Ayer, en la sesión del Parlamento Europeo en Estrasburgo, dedicada a explanar las conclusiones del desastrado Semestre de la Presidencia española, lastrado por los problemas internos del presidente Sánchez, los europeos conocieron mejor a nuestro presidente. Nunca otro presidente, que yo sepa, fue tan tan interpelado, tan discutido, tan criticado, tan negado, y, finalmente, tan abucheado como él, al salir precipitadamente del salón, dejando a su interlocutor y oponente en el turno de la palabra. Triste es decirlo y triste lamentarlo. Pero ojalá sirva para rectificar su rumbo político. si antes la hybris no acaba con él como con tantos de sus pares en toda la historia del mundo.
De nuevo allí, lo grotesco y lo ridículo se unieron para ver a un prófugo de la justicia española ( y de la europea), Carles Puigdemont, amenazar dialécticamente, a solo unos metros, al presidente de su país, que prometió llevarle ante la justicia española, y a quien ahora, por solo causas personales y partidistas, le debe la presidencia del Gobierno, y con ella su propio honor, la decencia y lo que le quede de ética y estética.