Vengo de pasar la tarde con Javier Corcín Ortigosa, viejo compañero de fatigas culturales y amigo. Ha pasado una etapa difícil en su salud y en la de su familia, pero le he visto tan locuaz, tan entusiasta, tan amigo del futuro como siempre.
Javier es el profesional e intelectual que más sabe de Olite, que más se interesa por Olite, que más ha escrito de Olite, quien más ha organizado en Olite, quien más proyectos tiene acerca de Olite. Y eso que la ciudad regia navarra ha tenido admiradores y estudiosos múltiples, entre ellos mi querido amigo Alejandro Díez, amigo y comilitón de Javier, a quien no se le caía Olite de la boca, estuviera donde estuviera e hiciera lo que hiciera.
Ahora mismo, Javier Corcín, autor de varios libros, folletos y dípticos, además de participar en las numerosas celebraciones de su pueblo, varias de ellas inventadas o cofundadas por él, y su media docena de charlas y conferencias habituales, acaba de enviarme una preciosa síntesis de la formidable creación cooperativa del gran Victoriano Flamarique, párroco que fue de Santa María de Olite. Y está leyendo libros, o visitando archivos, o comunicándose con los eruditos más variados de dentro y de fuera sobre la Orden de los Antonianos, desaparecida hace dos siglos, de gran arraigo en toda España y que tuvo en Olite uno de sus centros activos con irradiación en el resto de España y de Europa. Sobre los descendientes de Godofre, bastardo de nuestro rey Carlos III, en España y en América. Sobre el Trienio Liberal en su ciudad. Pero también anda buscando documentación sobre el famoso ciclista oliteño Cañardo, ganador de muchas Voltas a Cataluña y Vueltas a España. Y sobre los Galdiano, que desconocemos casi por completo… El Príncipe de Viana le ha llenado cientos de horas. Y doña Blanca. Y doña Leonor. Y los conventos e iglesias de Olite. ¿Y qué no?
Después de nuestra velada en la cafetería del Parador, parte del viejo Palacio, huyendo del frío de la Placeta, hemos ido a contemplar la portada gótica, pintada y radiante, de la iglesia de Santa María, que Javier lee como la cartilla, y que con su puntero laser va iluminando como un viejo monje iluminaba en su pupitre el códice que le tocaba: el Antiguo y Nuevo Testamento; los personajes reales; la exposición cuando no explosión vitícola, como no se conoce otra igual, con sus hojas y frutos, con sus animales dañinos, con sus cultivadores; robles, castaños, hiedras, cardos; ángeles y santos, como Francisco de Asís; frailes, cazadores, jugadores de dados; cuadrúpedos, centauros, leones… Todo para mostrar la historia de la salvación divina, que redime al hombre pecador y a la naturaleza dañada.
Y, si no fuera por el frío, aún estaríamos allí.