Diálogos con la Historia (IV)

 

Raza e Historia (I)

           Para el conde Joseph Arthur de Gobineau, en su célebre y nefasto Essai sur l ´  inegalité des races humaines (1853-55,) todo lo grande, noble o fecundo en la obra del hombre proviene de la raza blanca, y los pueblos degeneran solo como consecuencia de las diversas mezclas de sangre que sufren. En 1899 H.S. Chamberlain, un inglés germanizado, reducía en Los cimientos del siglo XIX  la raza creadora de los arios a los teutones: hasta el Dante le parecía alemán y el San Pablo de la Epístola a los Gálatas; en Alemania, desde Tretschke y Wagner hasta Hitler le dieron la razón. Y el norteamericano Madison Grant, en La muerte de la gran raza (1916) limitó los logros de la civilización a la rama de los arios, que llamó nórdicos: escandinavos, escitas, alemanes, bálticos, ingleses y anglosajones americanos: las bestias rubias, de pelo rubio y ojos azules, que fueron conquistando el mundo llamado civilizado. Se llamaron escitas, cimerios, godos, vándalos, francos, normandos, lombardos o varegos. Dominaron durante siglos el mundo. Pero las guerras interminables y las mixtiones contaminadoras mermaron la estirpe nórdica, y a la altura del año 2000 perdería el poder  y una nueva barbarie se apoderaría de la Tierra.

Pero ya el mismo Grant tuvo que admitir que la raza mediterránea, inferior en resistencia física a los nórdicos, demostró ser superior en logros intelectuales y artísticos, y dio a luz Grecia y Roma,  deba mucho también a la sangre nórdica de dorios, aqueos y frigios. Y, sobre todo, se olvidó de la civilización china, la más duradera de la historia. Y de las civilizaciones de Babilonia, Asiria, Siria, Palestina, Fenicia, Cartago…Y de los pueblos negros dravídicos del sur de la India, de grandes constructores y poetas. Y de las culturas maya, azteca e inca de la América precolombina. Y del inmenso mundo islámico, desde Bagdad a Córdoba…

Y llegó el año 2000, y la barbarie tuvo poco que ver con el color de la piel. Y los negros, cobrizos y amarillos quintuplicaron a los blancos, entre los que los rubios de ojos azules fueron una ínfima minoría.