Historia y Religión (II)
Si no parece haber reconciliación posible entre religión y filosofía, salvo a través del reconocimiento de los filósofos de que no han encontrado un sustituto para la función moral de la Iglesia, y del reconocimiento eclesiástico de la libertad religiosa e intelectual, hace tiempo que ese doble movimiento es ya una realidad. En lo que a la Iglesia respecta, el Concilio Vaticano II es una prueba evidente.
¿Apoya la historia la creencia en Dios como un ser supremo inteligente y benévolo? La historia como selección natural de los individuos y grupos más aptos en la lucha por la sobrevivencia, a la que añadamos las catástrofes naturales y los innumerables crímenes y crueldades de los hombres, responde negativamente aun a regañadientes. Más bien puede parecer que nos rija una fatalidad ciega o imparcial, con escenas incidentales y fortuitas a las que atribuimos orden, esplendor y belleza y hasta sublimidad. La teología preferida por la historia sería el viejo dualismo de Zoroastro o de Manes: un espíritu bueno y un espíritu malo batallando por controlar el universo y las almas de los hombres. El cristianismo sería un maniqueísmo bueno, pero sin ofrecer garantía alguna.
Como es bien sabido, ya Leibniz, Kant y Hegel se encararon con este problema primordial, y los teólogos más lúcidos de hoy han seguido sus intuiciones, abandonando el providencialismo rígido y eligiendo el autonomismo del mundo y sus leyes, dejando a Dios en su sitio, y primando la libertad del hombre, co-creador y co-conservador junto a él.
Pero los Durant, que parecen ajenos a teologías naturales, bíblicas y filosóficas, prosiguen hablando de las causas que han contribuido al deterioro de las creencias religiosas, que parecen datarlo desde los tiempos de Copérnico(1543): el minúsculo lugar que el hombre ocupa en el cosmos; la Reforma protestante y la multitud de sectas que la siguió; la alta crítica de la Biblia; el movimiento deísta ingles; el ataque de la Ilustración francesa; el conocimiento de otras religiones; el panteísmo de Spinoza y de su muchos discípulos; la Revolución francesa…, sin contar con los errores y pecados no solo de la Iglesia Católica, sino de todas las Iglesias y de todas las otras religiones teístas.