Los castros de Cirauqui (Y La Nobla de Enériz) (I)

 

                                 Queda lejos la visita al viejo Fuerte de San Cristóbal y han pasado tres años desde el recorrido por Gazteluzar, el poblado en la muga de Cirauqui-Mañeru. Hoy, aprovechando el tibio sol del largo anticiclón entre enero y febrero, nos acercamos al hermoso castro de Urbe -de discutible etimología- junto al Camino de Santiago, que une Cirauqui y Lorca, a la altura del kilómetro 31 de la Autopista del Camino, entre Pamplona y Logroño.

Subimos por una pista empinada que nos aboca pronto a un tramo de camino empedrado, que termina en unos escalones que bajan al camino de tierra normal y corriente. El empedrado invadido en buena parte por el matorral nos pone pronto de cara frente al castro de la Edad de Hierro, que vamos buscando, tal es su porte y estampa clásicos, con los fosos correspondientes, como de libro. Bajo las cumbres modestas de Dorreondoa y Txapardía, avanzamos un poco hacia el sur, hacia un pequeño cerro amesetado, a 453 metros de altura, con varios niveles de expansión por los cuatro costados hasta alcanzar los 10.000 metros cuadrados de superficie En la parte suroriental son muy visibles  dos trozos de muralla de sillarejo a canto seco de piedra arenisca. Por el sur y por el oeste se extiende el espacio económico del poblado, que fue ocupado en época romana. El último cultivo debió de ser un manzanal, y aún quedan unos cuantos viejos ejemplares, mordidos por el muérdago, con los últimos frutos, unas manzanitas enanas, pudriéndose en los árboles. En un lateral resisten tres membrillos colgados en un membrillero, y, sin ningún remordimiento, meto uno en el bolsillo con el vano propósito de perfumar la ropa. Los pinos adornan las laderas del sur y del este.

El castro dominaba toda la cuenca del rio Salado, dulcificado por el Ubagua ya en Muez, que regaba feraces tierras aluviales. En tiempos romanos el habitat primitivo se convirtió probablemente en un un vicus romano, dependiente del vecino Andelo. Cuando la crisis del Imperio, debieron de volver sus habitantes a la fortaleza castreña. Al noreste, en tierra llana, al otro lado del Camino, se extendió el poblado medieval de Urbe, documentado  ya en 1194. Cuando se extinguió en 142,7 tenía 3 fuegos. En la cima hay restos de construcción y derribos de piedras, así como en la parte oriental del conjunto,

Aquí encontró Armendáriz molinos y percutores de piedra y variadas cerámicas manufacturadas y celtibéricas. A unos 150 metros corre el regato Urbealdea,  afluente del Salado, que pasa por la hondonada occidental del castro, junto al canal de Alloz, que lleva las aguas hasta la estación eléctrica de Mañeru -El Salto-, cerca de la desembocadura en el Arga, ya en términos de Mendigorría.

Desde aquí vemos bien la torre de ese último pueblo en medio del pinar, y la ulterior mancha boscosa de Matacalza, el último castro que visitamos. Mucho más cercano, contemplamos el alcázar luminoso y compacto de Cirauqui, con ese índice de piedra levantado hacia el cielo, que es la torre de San Román. Al fondo, el monte pinoso de  Santa Bárbara de Mañeru, con la ermita y el fuerte, un breve promontorio en el pinar.