Gobierno e Historia (y II)
Hablemos ahora de democracia. En la antigua Ática, de una población total de 315.000 almas, 115.000 eran esclavos, y solo 43.000 ciudadanos tenían derecho al voto. Las mujeres, casi todos los trabajadores, casi todos los tenderos y artesanos, y todos los residentes extranjeros no podían votar. En su República, Platón hizo que su portavoz, Sócrates, condenara la triunfante democracia de Atenas como un caos de violencia de clase, decadencia cultural y degeneración moral. La creciente amargura de la guerra de clases dejó a Grecia dividida tanto interna como internacionalmente, hasta que Filipo de Macedonia se abalanzó sobre ella en 338 a. C. y la democracia ateniense desapareció bajo la dictadura macedonia.
En Roma, después que la oligarquía romana conquistara y explotara el mundo mediterráneo, las luchas intestinas de Sila y Mario, Pompeyo y César, acabaron con aquella democracia imperfecta y se restauró la monarquía de Augusto.
En ambos casos la democracia, corroída por la esclavitud, la venalidad y la guerra, no mereció ese nombre y no ofrece una prueba justa de gobierno popular.
En los Estados Unidos de América, como antes en Inglaterra, la democracia tuvo una base mucho más amplia: económica, cultural y religiosa.
La democracia es la más difícil de todas las formas de gobierno, porque requiere el mayor despliegue de inteligencia. Y es la que menos daño y más beneficio ha causado a la humanidad. Proporcionó al pensamiento, a la ciencia y a la empresa la libertad esencial para su funcionamiento, Derribó los muros de los privilegios, amplió la educación y cuidó de la salud pública.
En la Unión Europea, en Norteamérica y en algunos países de Asía y Oceanía la democracia política y económica es hoy más sólida que nunca, libre del odio ciego de las guerras de razas y de clases, de la corrupción y de la pleonexia, como llamaban los griegos al apetito de más y más.