(Mc 8, 31; 9, 31;10, 33-34; Mt 16, 21;17, 22-23; 20,18-19; Lc 9, 22; 18, 31-33; Jn 3, 14; 8, 28; 12, 32-34)
A lo largo de su breve vida pública,
especialmente en sus visitas a Jerusalén,
fue creciendo la oposición de los enemigos de Jesús,
que le hizo temer, cada día más, por su vida.
Conocía bien el Maestro
la suerte que habían corrido
los viejos profetas Elías y Eliseo,
Jeremías, Zacarías y otros bravos testigos de Dios.
Vivísimo tenía aún el recuerdo de Juan el Bautista,
preso y degollado por Herodes Antipas.
Predicador del Reino de Dios,
tenía que preguntarse, una y otra vez, por su propio destino.
Son numerosas las veces que en los cuatro evangelios
se habla directa o indirectamente
de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret.
Sean los que sean los lugares y tiempos,
nunca seguros,
y los préstamos mutuos de los cuatro narradores,
una es la expresión común,
que lleva casi siempre
la evocación implícita del siervo doliente de Isaías,
del Hijo del Hombre de Daniel,
y de algunos salmos proféticos.
Marcos -8, 31, seguido de Lucas y Mateo- es típico en este punto:
–Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre
debía sufrir mucho y ser reprobado
por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas,
ser matado y resucitar a los tres días.
Y, más tarde, subiendo a Jerusalén,
con más precisión todavía:
-… y se burlarán de él,
le escupirán, le azotarán y le matarán,
y a los tres días resucitará,
Está claro que algunos de estos versículos
se pusieron en boca de Jesús
tras celebrarse su resurrección de entre los muertos:
poco antes, los mismos discípulos
dieron abundantes muestras de no haberla comprendido.
Pero Jesús sí pudo hablar, alguna vez o algunas veces,
de la victoria final sobre la muerte,
del triunfo definitivo
del Reino de su Padre Dios.
Juan, el evangelista -por ejemplo, 12, 33-34-
es algo más discreto en sus citas:
– Y yo, cuando sea elevado en la tierra,
atraeré a todos hacia mí.
Decía esto para significar
de qué muerte iba a morir.
Jesús de Nazaret, que no era un inconsciente,
previó, de una u otra forma,
un final trágico,
como algunos profetas,
en Jerusalén.
Muchos lugares en los cuatro evangelios lo confirman.