La paz en la tradición benedictina (I)

 

 

                             Desde Antonio y los monjes del desierto, un símbolo predilecto de la paz monástica fue la armonía con la que aquellos se relacionaron con los animales salvajes. Antonio hizo las paces con los que revolvían su huerto. A Benito le ayudaban los cuervos, y en Suiza el monje irlandés Gall trabó amistad con un oso.

La paz bíblica es un don de Dios, pero también un objetivo básico de los esfuerzos humanos. La tranquilidad del orden, según san Agustín, basado en la observancia de las leyes establecidas por Dios. En el prólogo a la Regla, san Benito, citando a Jesús,  dice a los que desean la vida que busquen la paz y corran tras ella. La paz nace de la armonía entre el ser, el pensamiento, la palabra y la acción. Aunque siempre parcial y frágil en la tierra,  para el santo fundador la paz es la cima de la virtud.

La empresa monástica es crear personas y comunidades de paz. Que solo se puede conseguir cuando se reconoce sinceramente el conflicto; lo que conlleva valentía, humildad, compasión y predisposición al perdón. La alternativa es el conflicto abierto o, lo que es peor, una falsa paz, una fachada de orden que da a una casa reñida consigo misma.