Una cosa es la demofilia (demófilos) el amor al pueblo, y otra la demagogia (demagogos), entendida como conducción o gobierno, no siempre tiránico, como los llamados así en Grecia y en todos los tiempos, sino también un gobierno, que adula, halaga, exalta y seduce al pueblo por medios no lícitos o medios no del todo honestos, como el engaño, el disimulo, la argucia, el embeleco, el señuelo, la adulación, la candonga, la trapacería, la tramoya, la coba… La demagogia es la primera tentación pública de todo político, primeramente dentro de su propio partido y después dentro de la porción del pueblo que le toca gobernar. Modo de defensa, de reto o método de conducta habitual, la demagogia es una hijuela del irrealismo y de la correspondiente falsedad del político, que busca así alcanzar sus objetivos propuestos y no a través de los medios justos habituales en toda politica que merece el nombre de recta y honrada. Creo que este es el caso de muestro presidente del Gobierno, que ha tenido muchos precedentes en la historia de España y de todo el mundo. Ayer fue la prueba contundente de esa política equivocada. Se vinieron abajo palabras, promesas, seguridades, acuerdos, pactos, presupuestos, previsiones… Demagogias. Dice el refrán que antes se coge al mentiroso / que al cojo. El refrán vale igualmente para el demagogo de cualquier demagogia, especie de mentira o, al menos de engaño, siempre al servicio no del pueblo, sino de un partido, de una dirección, de un grupo, de una personalidad o personaje.