La tempestad calmada

 

 (Antes de reanudar el Cuaderno de bitácora, voy a incluir aquí, cada tres días, los poemas bíblicos que he ido escribiendo este verano  en algunos domingos ordinarios, serie que llamaré Sobre el Jesús histórico).

La tempestad calmada

(Mc 5, 35-41; Mt 8, 23-29; Lc 8, 22-25)

 

El relato, tal vez premarcano,
que Marcos reescribe en su estilo y lenguaje
peculiar de evangelista,
habla de una tempestad que azota el mar,
con olas que se estrellan contra una barca frágil,
donde Jesús había hablado en parábolas a la gente,
y que están a punto de anegarla.
Jesús, cansado, duerme en la popa,
sobre el cabezal.

Le despiertan los discípulos:
Maestro, ¿no te importa que nos ahoguemos?
Y, habiéndose despertado,

increpó al viento y dijo al mar:
-Calla, enmudece
(como dijo al demonio en el primer exorcismo).

Y el viento se calmó y sobrevino
una gran bonanza.
Y a sus discípulos:
-¿Por qué tenéis miedo? ¿aún no tenéis fe?
Y con el lógico temor reverencial,

aquellos decían entre sÍ:
-¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?

*

El relato del prodigio,
similar a otros varios en la Iglesia primitiva,
combina el papel de Jonás,
profeta desobediente a Yahvé,
arrojado de una barca a un mar enfurecido,
con el de un genuino profeta de Dios,
dominador de todos los elementos,
en la sola persona de Jesús,
que salva a todos aquellas que navegan en los mares,
como canta el salmo 107,
y a cuya imperiosa imprecación,
las aguas se retiran,
al decir del salmo 104.