Desde el 7 de octubre del año pasado, cuando comenzó la tragedia, más de 500 cristianos han abandonado la Franja de Gaza. Casi la mitad de los 1.200, tanto católicos como ortodoxos, que aún vivían allí. Una gota en el océano de casi dos millones de habitantes gazatíes. Trabajadores indios, chinos o tailandeses sustituyen hoy a gran parte de los 200.000 palestinos, que antes de esa fatídica fecha llegaban cada día desde Cisjordania a trabajar al otro lado del muro de separación. Las autoridades israelíes consideran que los ataques del 7 de octubre fueron organizados gracias a la información proporcionada por los trabajadores árabes autorizados a entrar en Israel.
Desde 1967, fecha de la nueva guerra y de la ocupación de los territorios árabes por el Gobierno de Israel, el éxodo de los cristianos a Europa y sobre todos a Estados Unidos de América y Canadá ha sido constante. En toda Tierra Santa, y tras los difíciles tiempos de la pandemia, durante el reciente conflicto se han terminado las peregrinaciones. Solo raros y contados grupos se han atrevido a acercarse. El turismo se ha acabado. Los hoteles han cerrado sus puertas. En Belén, donde el turismo representaba el 85% de los ingresos, la catástrofe es completa y vacíos quedan los 45 hoteles de la ciudad.
De los 35.000 cristianos -con mayoría de ortodoxos- de hace medio siglo en Palestina, solo quedan 12.000.