Sí, toda la programación de los actos en torno a la concesión de los Premios Princesa de Asturias ha sido un oasis en medio de este desiertos de ideas, proyectos y encuentros humanos que es la la vida política española.
La he calificado en ediciones anteriores como el acontecimiento cultural español más importante del año. Y ayer confirmé esa misma impresión. Oír hablar al rey durante un buen rato sobre el papel axial de la persona en toda nuestra vida privada y pública, los riesgos de la polarización y los beneficios del respeto a la dignidad de todos, podrá parecer cosa de Perogrullo, pero, además de una suprema lección de moral, es genuina música celestial si lo comparamos con el lenguaje habitual de nuestros políticos y de nuestros influencer, Y qué reconfortador oír a la Princesa Leonor resumir en torno al principio esperanza -¿quién no recordará el Das Prinzip Hoffnung, de Bloch?- las excelencias proclamadas de los nuevos premiados?
Esperaba, en verdad algo más que su apólogo del erizo y el zorro de mi siempre admirado Michael Ignatieff. Dignos de resaltar me parecieron el conmovedor elogio de la poesía en boca de la resistente rumana, la escritora y poeta rumana Ana Blandiana, autora de Animal Planet, Un arcángel manchado de holin o Mi Patria A4, y el discurso informal y cotidiano del cantante catalán Joan Manuel Serrat, la cuota más popular de los Premios junto con la olímpica Carolina Marin. La canción con que el cantante remató su alocución, muy agradecida por el público, fue una singular sorpresa en la fiesta.