Nuestra Señora de Arcos
¿Quién nos iba a decir que aquella ermita blanca o convento blanco, con una espadaña en su extremo septentrional, que veíamos al pasar por la carretera cercana, enfrente de Tricio, guardase esos tesoros?
Esperamos un rato a la guía voluntaria del pueblo, mientras crece el número de visitantes. Está la mañana de este primer sábado de noviembre muy templada, entre nubes y soles, con algunos charcos en los caminos cercanos fuera del yerbín que rodea a la basílica, a la que está adosado el camposanto de la villa, muy renovado recientemente y con media docena de grandes cipreses, grandes y severos orantes a la vez. Por el sur y por el este se extienden viñas altas y sarmentosas, con parras desangeladas y algunos racimos sin pudrir, y más lejos despiden unos rodales de chopos sus penúltimas hojas. Por el oeste y el norte corre una teoría de montes que, por detrás de Tricio –Tritium Megallon-, pueblo alto, con una iglesia renacentista dominante, defienden a la vecina Nájera del cierzo, con unas capas de pinos y unos cortados arcillosos, rojizos, que el río Najerilla fue esculpiendo durante siglos.
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Todo se apaga,
dijo Pepe Bergamín.
La voz, la llama,
la luz sobre el celemín.
Todo se apaga
menos la luz de Dios,
que siempre llama.