No sé por qué, si porque están mal informados, o, más bien, porque no lo están en absoluto, si por el ambiente en el que viven, o por los célebres bulos que corren, oigo y leo que mucha gente cree que la ciencia contemporánea es opuesta cuando no hostil a la religión y a la fe, y que la mayoría de científicos son ateos o, al menos, agnósticos.
Y no es así ni de lejos. Pero me basta hoy y aquí, dejando a un lado ahora a los grandes científicos teístas, y también cristianos, del XVII, XVIII y XIX: Descartes, Pascal, Leibniz, Newton, Boyle, Mendel, Pasteur…, recordar algunas cimas de la ciencia, creyentes en Dios o teístas, del último siglo y medio, como Albert Einstein, que no necesita presentación; Kurt Gödel, uno de los mayores matemáticos de todos los tiempos; George Lemaitre, el mayor cosmólogo de la historia reciente; los padres de la física cuántica Max Planck, Niels Bohr y Werner Heisemberg; Guillermo Marconi, inventor de la radio; Francis Collins, uno de los mayores biólogos actuales; Ronald Fisher, fundador de la estadística moderna…, la gran mayoría de ellos también cristianos. Y un largo rimero de premios Nobel en todas la especialidades científicas durante los últimos cien años.
Harto significativo me parece también el alto número de premios Nobel y reconocidos científicos de nuestros días convertidos a la fe en Dios y hasta al cristianismo gracias a la ciencia que venían cultivando, y que enumeraré otro día.
Bastaría la existencia de un solo gran científico, inventor o no, premio Nobel o no, para hacer tambalear la afirmación de que la ciencia es opuesta a la fe en la existencia de Dios. Pero con todo ese retablo de genios delante, ¿cómo puede alguien seguir repitiendo esa vieja, maltrecha, matraca?
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Ven, muerte, tan escondida,
que no te sienta venir,
por si el miedo de partir
me juega mala partida.