El tema, el gran tema del mal en el mundo, me ha preocupado siempre y a veces me ha atormentado. Le he dedicado mucho tiempo de estudio y meditación. Me ayudaron mucho las reflexiones de Leibniz -tal vez el mayor genio de todos los tiempos-, Kant o Hegel, y muchos teólogos y filósofos actuales, entre los que destaco al teólogo gallego Andrés Torres Queiruga, que ha escrito páginas luminosas sobre la cuestión.
En este mismo cuaderno he dejado testimonio de lo que pienso, y hace solo unos meses escribí dos artículos sobre el mal y sus falsas interpretaciones en Iglesia Viva (Valencia) y Pregón (Pamplona).
Pensar en un mundo sin mal es pensar en un mundo infinito, lo que es esencial y constitutivamente imposible, porque infinito solo puede ser Dios. Y Dios no puede hacer círculos cuadrados ni hierros de madera.
La segunda gran cuestión, uncida a la primera para un creyente, es cómo Dios enfrenta el mal y lo combate. Y la respuesta cristiana es que el Dios de Jesús de Nazaret, si creó por amor al hombre en el mundo -necesariamente finito, limitado, imperfecto, injusto-, es porque quiere y puede vencer al mal con ayuda del hombre. El matemático y filósofo inglés A. N. Whitehead definió acertadamente a Dios como el gran compañero, el compañero de fatigas, que comprende.
¿Y qué diremos de Jesús de Nazaret?