Antología católica (I)

 

La Conferencia Episcopal Española ha vetado por primera vez las misas de sanación y las sanaciones intergeneracionales, que se habían multiplicado en retiros y seminarios de movimientos llamados carismáticos. Por mágicas. Por nocivas a la salud física y espiritual. Por manipuladoras, cuando no antesala de vicios mayores.

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Durante todo este año, el teatro español nos ha traído Dios a escena, varias veces y de varias maneras: Angélica Liddel (Dämon: El funeral de Bergman); Valle-Inclán (La lámpara maravillosa); Calderón de la Barca (El gran teatro del mundo); Lluis Homar (El templo vacío); Juan Mayorga (La lengua a pedazos), vertida al cine como Teresa, de Paula Ortiz… No todo es nihilismo o fundamentalismo religioso.

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Se lamenta la teóloga Dolores Aleixandre de la ilegibilidad de muchos textos eclesiales:  la bula de convocación del Jubileo 2025: 118 páginas. La carta encíclica Dilexit nos: 144 páginas. El Documento final del reciente Sínodo: 52 páginas… ¿Quién lee todo eso?

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La nueva beata Juana de la Cruz, nació en Numancia de la Sagra (Toledo) en 1481, fue abadesa del convento de Nuestra Señora de la Cruz en el vecino municipio de Cubas de la Sagra,  predicadora ¡en aquellos tiempos! y párroca de la parroquia aneja al convento, de la que el antiguo párroco devino solo capellán. Acudían a escucharle desde Cisneros hasta Carlos V. Murió en 1534. A esta beata Juana le ha dispensado el papa Francisco del posible y canónico milagro para poder tener ese  glorioso título. La gente la llamaba, sin esperar futuros honores oficiales, santa Juana,  

Ya podía extender el bueno de Francisco, o el Concilio que haga falta, tal dispensa a todos los futuros beatos y santos, cuando el pueblo los proclame así y sean  notorios y benéficos para el pueblo que los rodea su vida y milagros…

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Los mártires no necesitan milagros. A finales de noviembre fueron beatificados en la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona, atiborrada de fieles, los asesinados en 1936 por su fe,  el sacerdote  Gaietà Clausellas, cura de Sabadell, y el laico Antoni Tort i Reixachs, joyero y padre de familia, que acogió en su casa al obispo de Barcelona, mons. Irurita, también mártir, a su secretario y a cuatro religiosas. En Cataluña, la región donde la persecución fue más virulenta, la Iglesia estuvo a punto de ser  extirpada físicamente, según el historiador progresista y viejo amigo mío, Josep Benet.