Me uno con todas mis pobres fuerzas a los gritos de los emigrados venezolanos ayer en Madrid contra la dictadura tiránica del sátrapa Maduro, que atenaza. oprime y corrompe a su nación y pretende hoy de nuevo confirmarse en la presidencia de la República, que perdió abrumadoramente en las últimas elecciones generales.
Lamento la actitud semipasiva del Gobierno español y de la Unión Europea en general. Lamento y condeno la actuación que ha llevado a cabo el expresidente Rodríguez Zapatero, un edecán más del dictador venezolano. Pienso, como Felipe González, que el presidente español Pedro Sánchez y el presidente el del Consejo Europeo Antonio Costa deberían haber mantenido una actitud contundente de oposición a la dictadura chavista y deberían haber reconocido a Edmundo González como presidente legítimo de la República de Venezuela, como han hecho varias Repúblicas de Hispano América, los Estados Unidos de América y Canadá.
En la línea expresada por el expresidente González, que se mostró dispuesto a acompañar al candidato demócrata venezolano, para volver a Caracas, si así lo hubiera dispuesto el Gobierno español, que le acogió en su exilio, la Unión Europea y, dentro de ella, España debieran haber hecho el mismo gesto ahora, junto con otros políticos latino-americanos, como la mayor medida de presión ante la camarilla de Maduro.
No lo han hecho. Es demasiado fácil defender la democracia en Europa y fuera de Europa sin comprometerse cuando llega la hora y sin arriesgar peligro alguno, más allá de la falsa palabrería que confunde siempre y no arregla nada.
La ruptura de España y de toda la Unión Europea con Venezuela, si Maduro cumple su nefando propósito, es la única respuesta válida que nos queda para no caer en la indignidad y, sobre todo, en la irrelevancia.