En el breve ensayo que Unamuno dedicó en 1911 a su amigo Joaquín Costa, tras su muerte, afirma que con quien más afinidades tuvo el gran patriota aragonés fue con el carlismo, que ha sido mucho más que clericalismo, absolutismo y el cura Santa Cruz: «El carlismo es el representante, con todo lo bueno pero también todo lo malo, de la vieja y castiza democracia rural española, de lo que Menéndez y Pelayo ha llamado la democracia frailuna. El carlismo puede decirse que nació contra la desamortización, no sólo de los bienes del clero y los religiosos, sino de los bienes del común«. Y compara el colectivismo agrario de Costa, que recuerda al mir ruso, y su política de alpargata, con el programa de gobierno que presentaron a don Carlos, antes de la última guerra civil carlista, el canónigo Manterola y el secretario de Cabrera, Caso.- Desde que lo hiciera Carlos Marx, no son pocos los que han señalado las raíces y las cualidades populares del carlismo, al menos de buena parte del carlismo, durante su casi siglo y medio de existencia. Pero apenas si se ha valorado este testimonio de don Miguel, que conoció de cerca el fenómeno y lo estudió a fondo y con simpatía para preparar su gran novela, Paz en la guerra. Es cierto, y así parece haberlo visto el escritor bilbaíno, que el clericalismo, el absolutismo y algunos de sus personajes más polémicos (y odiosos a veces) han ocultado durante años, y sobre todo a personas lejanas de los escenarios carlistas, buena parte de la naturaleza de tan singular movimiento socio-político. Pero la tesis unamuniana la vemos confirmada igualmente no sólo por tal o cual estudio reciente, sino por no pocos personajes, acontecimientos, grupos y movimientos actuales, socio-políticos, herederos del carlismo, nacidos de él o inspirados, al menos, por él, especialmente en Navarra y Euskadi.