Jueves Santo

Arrodíllate, vieja doctrina escolástica,
sustancialista,
ante el limpio milagro
del pan y del vino,
llevado a cabo por Jesús de Nazaret.
Hace años que la ciencia encontró
innúmeras sustancias
en un sorbo de vino y en un trozo de pan
y no encontró ni rastro de accidentes.
Una nueva teología la siguió
y cambió sabiamente el enfoque del misterio.

Pide perdón, soberbia pertinaz,
a todos aquéllos un día sospechosos,
disidentes, herejes, castigados
por no aceptar la rancia fórmula
defendida en escuelas, tribunas y concilios.

A sustancia le opuso el maestro Zubiri,
respetando la ciencia y la fe,
el sintagma de sustantividad.
Sustantivamente, el pan y el vino de la cena,
por las mismas palabras de Jesús,
son su misma presencia-en-alimento
de todo ser humano,
cuantas veces recuerde
el paso por el mundo,
la muerte ignominiosa y la victoria final
de quien vino a servir
y a dar su vida en rescate por todos
(Marcos: diez, cincuenta y cinco).

Buena y útil es toda reflexión,
toda esforzada inteligencia de la fe.
Pero el misterio
supremo y decisivo
es la entrega absoluta de Jesús,
su plena pro-existencia rectilínea,
en su vida arriesgada y su muerte violenta:
trigo triturado, uva prensada
para fuerza y futuro de los hombres.

Y así quiso quedarse entre nosotros.
Qué enjundia la del pan, qué alegría en el vino,
que nos nutren y nos juntan,
nos hermanan, animan y sostienen,
hechos uno con él,
comensal de las mesas galileas
con discípulos, pobres, pecadores,
gentiles y malditos de por vida.

-Venid, amigos y paisanos,
extranjeros hermanos de todos los países,
comamos y bebamos
el pan y el vino del Señor,
partidos, repartidos, compartidos
por todos los que esperan y desean su reino.