El demonio de la soberbia

Tras gloriarse de haber puesto el pie y hasta el zapato por encima de los enemigos de la República, que para él era sólo de los republicanos, Manuel Azaña, en su respuesta parlamentaria a Lerroux, fracasado presidente del Consejo, el 3 de octubre de 1933, quiere dejar claro a su actual adversario político, antiguo colega en el Gobierno, que ni él ni nadie le estorba en la vida política, ni en la vida sin más. Y aduce un argumento apodíctico: Tengo del demonio la soberbia, y a un hombre soberbio nadie le estorba«. Todo un proverbio, un aforismo, una sentencia. Podríamos añadir que él,  en cambio, estorba o puede estorbar  a todo el mundo. Es claro: cuanto más soberbio es el hombre, menos cree depender de los demás, y por tanto menos cree que los demás le estorben o le dejen de estorbar.