Deambulando por el primer ensanche de Bilbao, entro en la recién restaurada iglesia de San Vicente Mártir, la antigua anteiglesia de Abando, en un rincón de los bonitos jardines de Albia. Ejemplar principal de templo columnario en el País Vasco (s. XVI), de amplitud despejada, sin segregaciones, con bóvedas nervadas de igual altura y a la manera gótica, con nueve claves en total. Una gran hornacina entre dos machones, soporte de la moderna torre espadaña (1894), acoge un sencillo ingreso en arco rebajado, que encaja una imagen en piedra del mártir titular zaragozano. Cinclo retablos de madera dorada, del siglo XIX y XX, adornan las capillas privadas adosadas a la cabecera, con algunas esculturas de calidad. Pero de todas ellas, prefiero el Cristo crucificado, cerca de la puerta de ingreso, obra del escultor vasco Julio Beobide (Zumaya, 1891-1969), cuyo museo local nunca he encontrado abierto. Esculpido siguiendo los modelos de «El Montañés», este Cristo agonizante, de ojos ya velados y boca entreabierta, inclina su cabeza sobre el hombro, y todo su cuerpo atlético, oscuro como la madera de su composición y la del árbol nudoso que lo sostiene, deja caer su peso desde los dos clavos de las manos, con los dedos abiertos, sobre los dos clavos de los dos pies, levemente superpuestos. Imagen de dolor severo y sereno. Cristo del descanso agónico. Cristo propicio a la advocación popular del perdón. Durante todo el rato que lo contemplo, un paisano, de pie, sigue extasiado ante él. Una prueba más de la excelsitud de la obra.