Endeudado y dividido, así está el pujante Front National francés que yo conocí en los años noventa. Aquel vigoroso orador en el Parlamento Europeo, líder de un activo grupo parlamentario, y que, años desués, con más votos que el socialista Jospin, disputó a Jacques Chirac la presidencia de la República, no es más que la sombra de lo que fue. Y no se le ven sucesores. No tiene un solo diputado en la Asamblea Nacional y se esfumaron, una tras otra, las cuatro populosas alcaldías del Sureste francés, presididas por un alcalde lepeniano: Toulon, Orange, Vitrolles y Marignane. El primero de esos ex alcaldes ha abandonado la política y también Francia; otros alcaldes y concejales han pasado a otros partido de derecha o de centro. Su tarea administradora ha sido desastrosa, especialmente en Toulon, la mayor de esas ciudades. Pies-noirs, antiguos combatientes, pequeños comerciantes, inmigrantes establecidos…, que constituían el grueso de las huestes del viejo Le Pen, están decepcionados y perplejos. Puede todavía lo que queda del Frente y de sus escisiones dar algún quebradero de cabeza a los partidos mayoritarios, hacerles perder en una segunda vuelta una victoria prevista en la primera, etc., pero poco más. Alguien ha dicho que con su apabullante triunfo presidencial, Sarkozy ha engullido (literalmente absorbido por el sumidero: siphonné) al Frente Nacional. Pero, si éste agoniza y sus asociaciones satélites también, sus ideas xenófobas, antieuropeas, chovinistas, no han desaparecido del todo.