“Un mundo cada vez más elevado”

Volvió ayer a Pamplona, por sexta vez,y con su propio e inseparable piano de cola, el genial pianista polaco Krystian Zimerman. Uno de los grandes intérpretes de nuestro tiempo, que comenzó a los siete años en el conservatorio de Katowice y recibió, el 2005, después de premios incontables, el rarísimo título de doctor honoris causa por la academia de música, también de Katowice. Pianista, organista y director excepcional, siempre ha actuado con los más grandes y grabado con las mejores casas del mundo. No olvidaremos nunca su interpretación, ayer, de la Sonata para piano núm. 32 en do menor, opus 11, de Beethoven, la última sonata para piano (del ciclo más famoso de la historia), terminada en 1822, llamada El Testamento, de muy trabajosa composición. Si me gustó el tempestuoso y misterioso primer tiempo, donde luchan las dos almas faustianas del autor, el segundo, con su arietta y sus variaciones, me llevó -y dejo que el legendario Alfred Cortot diga lo que yo no sé decir- “a un mundo cada vez más elevado, en el que el espíritu parece desprenderse de la materia, revelarse a sí mismo a través del infinito”. Misterio de esa ubertad de voces mútiples y múltiplemente combinadas, arrancadas por el hombre del mundo de los elementos mudos y quietos de la materia, a través de mil actos mentales y manuales. Voces, sonidos, músicas (de Musas, claro, personificaciones divinas, al fin y al cabo), complejas y profundas, alegres o tristes, claras u oscuras, siempre conmovedoras, que nos traen y nos llevan cada vez más cerca de ese misterioso y vivísimo Ser, fundamento último y omnipresente de las cosas, del universo.