Visitó el presidente Obama en la ciudad de Belén la basílica de la Natividad, como otros muchos cristianos y, como otros muchos cristianos, se fue él también de allí. Todos los grandes del mundo– escribía hace poco el emérito patriarca católico latino Migel Sabbah- vienen a visitarnos. Llegan y se marchan, y nuestra realidad no cambia. Desde el año 1993 -añadía- los cristianos y musulmanes de los Territorios palestinos deben obtener permisos militares para rezar. Aquí, para orar, no se puede ir directamente a Dios; se debe pasar primero por los militares, para pedir permiso. Por eso, y por mucho más, la Comisión Justicia y Paz de la Asamblea de Ordinarios Católicos de Tierra Santa, con ocasión de la visita de Obama, escribió una carta al presidente, fechada en el año 46 bajo la ocupación israelí, en la que mencionaban las principales y públicas violaciones del derecho internaccional por parte de las autoridades de Israel: expansión de los asentamientos ilegales de colonos; restricción del acceso a los lugares santos para cristianos y musulmanes; expropiación de tierras de palestinos para la expansión de las colonias; construcción de muros de separación… Pero también las políticas ocultas de discriminación, que sufren los ciudadanos árabes de Israel: largos procesos para obtener la reunificación familiar, dificultad para inscribir a los niños y para encontrar vivienda y trabajo… La desaparición de las comunidades cristianas en el área tendrá, según la Comisión, consecuencias catastróficas, sobre todo por el crecimiento de los fundamentalistas de ambos lados. El respeto del derecho internacional y el final de todas las políticas ilegales, según la citada Comisión, sería la mejor manera de preservar y proteger la presencia cristiana en Tierra Santa.