Larra

Erizado en tierras de Navarra, Aragón y Aquitania, el macizo o meseta de Larra, del Anie o de la Piedra de San Martín es uno de los espacios montañosos más atraactivos biogeográfica y turísticamente de Europa.

Lo que nosotros llamamos Larra, los franceses llaman Arres: las rocas calizas, desnudas o casi desnudas de vegetación, modeladas y parcialmente disueltas por el agua, la nieve y el hielo (Karst). Nosotros añadimos al concepto el piso subalpino del pino negro.

Interfluvio calizo y kárstico entre las cabeceras de varios ríos españoles y franceses (Esca, Veral, Lescu…), lo circundan copudas y peñascosas montañas, nevadas durante varios meses al año: Anie (2.507 m.), Mesa de los Tres Reyes, Arlas, Petretxema, Lpakiza, Ezkaurre, Lakartxela (1.982 m.).

Paraje y paisaje preferido por geólogos, geógrafos, montañeros, esquiadores, espeleólogos y turistas, el macizo nos ofrece, a un lado y otro de la muga, lapiaces gigantes y de arroyada, dolinas, uvalas, valles ciegos, pozos verticales, simas (como la legendaria de San Martín), surgencias y pérdidas de corrientes de agua.

El macizo de Larra, entre las excelsas y fulgurantes nieves de las cumbres; los pinos negros, abatidos a menudo por los rayos, y los abismos de aguas profundas, que se van hacia el valle francés de Santa Engracia, es un paisaje entre fantástico y embrujado. A la vez, cantera y taller permanente de piedras calizas, labradas como a pico o cincel, en diario y humilde empecinamiento.

El embrujo es todavía mayor cuando el fantasma se viste de nieve, ocultando todos los accidentes geográficos del macizo, y aparece como un gigantesco y bondadoso paraíso. Como este año, en que la nieve lo ha cubierto desde enero hasta mayo. No hay espectáculo en toda Navarra más bello que éste: muralla almenada y caleada de una encantada ciudad, o danza celeste suspendida en su arrobo.

Las buenas gentes que salen de zamparse un asado tradicional en la vieja casona de la Venta Juan Pito o unas migas roncalesas en el nuevo comedor de Roncalia se imaginan, al ver ese insólito paisaje, un inmenso helado lleno de picos, que le presentan los activos servicios turísticos del Valle del Roncal.